New York - Foto: Victor J. Blue
La virtualidad no reemplaza la corporalidad, sino
que la revaloriza. El aislamiento obligatorio está funcionando como acelerador
del futuro de la sociedad informatizada. Y sus causas no son solo tecnológicas,
sino también culturales y económicas.
El coronavirus transformó las vidas cotidianas y
obligó a reconfigurar las actividades. Se nos atribuyó intempestivamente la
tarea de quedarnos en nuestras casas y, a la vez, continuar con nuestras
rutinas; hacer como si la vida continuara igual. De repente
nos encontramos trabajando y estudiando cada uno desde su hogar. Y por supuesto
que pasarse el día yendo de la cama al living afecta nuestros vínculos,
sentimientos y deseos. La cuarentena se convirtió en un experimento social sin
precedentes donde la virtualidad adquirió un protagonismo central.
El mundo se vio ante el desafío de seguir
funcionando a pesar de la escasa circulación de personas y de bienes. Y las
tecnologías de comunicación fueron la clave para ello. Ante la imposibilidad de
encontrarnos físicamente, las computadoras y los teléfonos celulares
adquirieron aún más relevancia en las actividades cotidianas, laborales y
sociales. Obviamente que ya usábamos estos artefactos para chatear, trabajar,
estudiar, jugar y boludear, pero en momentos de confinamiento devinieron
fundamentales. Qué embole hubiese sido esto sin internet.
Pero lo que empieza a quedar claro es que estos
tiempos de excepción quizás sean la norma por mucho tiempo. Ya no volveremos a
una normalidad prepandémica. Al menos en el corto plazo,
nuestras vidas estarán signadas por el distanciamiento social: no habrá eventos
con grandes concentraciones de personas, en los lugares de trabajo abundará el
alcohol en gel, en los transportes públicos habrá pocos pasajeros y el uso del
barbijo será la nueva moda.
En este marco, nos preguntamos: ¿Este aislamiento
funcionó como un acelerador del futuro de la sociedad informatizada? ¿La
instauración de una sociedad altamente mediatizada se debe solamente a una
imposición tecnológica, o también a una predisposición sociocultural y un
interés económico? ¿El coronavirus será la estocada final para la consolidación
de una vida signada por vínculos virtuales?
Afrontar la brecha tecnológica
Desde la década de 1980 se viene configurando a
escala mundial un sistema socio-tecnológico basado en la informática y la
microelectrónica. Como consecuencia, el uso de un teléfono móvil o una
computadora conectados a internet devinieron en elementos centrales de la vida
en el siglo XXI. Hoy no se puede pensar la sociedad ni el capitalismo sin las
tecnologías de comunicación. Y la pandemia global del COVID-19 no hace más que
consolidar este proceso. De hecho, las corporaciones tech (Google,
Facebook, Amazon, Netflix) son las grandes ganadoras en estos tiempos:
sus acciones en la bolsa son las que más crecieron en los últimos dos meses.
Por eso decimos que el coronavirus fortalece la instauración de una sociedad
informatizada que ya venía en expansión constante.
Ahora bien, siempre que se realiza esta
contextualización la primera refutación que surge tiene que ver con las
desigualdades, por un lado, en el acceso a la tecnología y, por otro lado, en
las habilidades para utilizarlas. Y obviamente que es eso es un problema: si la
dinámica social y económica se organiza en torno a tecnologías que no dispones,
te quedas afuera.
Sin embargo, sería ingenuo creer que esto es una
situación nueva. En todo caso, la pandemia no hace más que exponer las
desigualdades que existen desde hace décadas. De hecho, Pausa ha
informado sobre las dificultades que tienen los
jóvenes de barrios vulnerados para continuar con su educación
debido a que no acceden a los espacios virtuales generados por los docentes.
Hoy la no disponibilidad de artefactos tecnológicos no permite continuar con
las actividades educativas y laborales. Y vale decir que este tipo de procesos
son de largo alcance. Es decir, el cierre de las escuelas en 2020 puso en
evidencia, una vez más, la mala decisión del gobierno de Mauricio Macri de
discontinuar el Programa Conectar Igualdad en 2016.
No obstante, actualmente los gobiernos y las
instituciones intentan paliar esta desigualdad. Al respecto, se pueden
mencionar dos ejemplos. Por un lado, el Ministerio de Educación de la nación
organiza la distribución de 135.000 netbooks y tablets para
estudiantes de secundario de sectores con mayor vulnerabilidad
socio-educativa. Por su parte, la Universidad Nacional de Entre Ríos lanzó el Programa
UNER Conect@, con el fin de entregar a estudiantes chips para
teléfonos móviles para garantizar el acceso igualitario al cursado virtual en
tiempos de cuarentena.
Pero, aunque resulte paradójico, consideramos que
esta brecha tecnológica no es un impedimento para la consolidación de esta
sociedad hipermediatizada, ya que su dinámica se fundamenta en factores
económicos y, también, socioculturales. Además, convengamos que si todo se
redujera a disponer de un aparato no sería un problema difícil de resolver.
Factores socioculturales
En la actual sociedad informatizada de escala
planetaria todas las prácticas sociales, culturales y productivas están cada
vez más mediatizadas por tecnologías informáticas y digitales. Y en el futuro
será aún mayor. Estas tecnologías se caracterizan por su velocidad,
interconexión, ubicuidad y convergencia: la muestra cabal de ello es un
teléfono móvil con acceso a internet, reconocimiento facial, cámara de fotos, aplicaciones
para chatear y hacer videollamadas.
Pero este proceso no se puede entender solamente
como si fuera la consecuencia de la aparición de un artefacto técnico. Los
especialistas han demostrado que las cualidades de mundialización,
conectividad, visibilidad, exhibición y flexibilidad son valores
socioculturales consolidados en la actualidad. Y eso se puede rastrear en
diferentes ámbitos. Veamos.
LA CUARENTENA SE
CONVIRTIÓ EN UN
EXPERIMENTO SOCIAL
SIN PRECEDENTES
DONDE LA VIRTUALIDAD
ADQUIRIÓ UN
PROTAGONISMO CENTRAL.
CONVIRTIÓ EN UN
EXPERIMENTO SOCIAL
SIN PRECEDENTES
DONDE LA VIRTUALIDAD
ADQUIRIÓ UN
PROTAGONISMO CENTRAL.
– En 1967 Guy Debord publicó el libro La
Sociedad del Espectáculo, donde argumentaba que la lógica del espectáculo y
la tendencia a la ficcionalización de la realidad se fue consolidando con la
aparición de la tv a mediados de siglo XX. Por su parte, Boris Groys demostró
en Volverse público que las demandas por comunicarse en tiempo
real y por tener un público o una audiencia son previas a las redes sociales
virtuales. Eso explicaría los beboteos de tu vecina en
Instagram, o porqué tu hijo de nueve años quiere ser youtuber.
– Es cierto que la robótica, la informática y la
inteligencia artificial están cambiando las formas de trabajo en las
actividades manuales o físicas y también en las intelectuales. Ahora bien, en
su obra El nuevo espíritu del capitalismo, Ève Chiapello y Luc
Boltanski señalaron que la informatización de la producción y distribución de
bienes y servicios funcionó como una respuesta a las tendencias
organizacionales del management empresarial. El mejor ejemplo
de esto es la rápida expansión de las aplicaciones de delivery,
cuyos trabajadores acarrean la flexibilidad laboral en sus grandes mochilas de
colores.
– Internet potenció la educación virtual. La red
está llena de cursos, tutoriales, webinars, etc. Pero la educación
a distancia no empezó ayer: los cursos que no requieren la coincidencia de
espacio y tiempo existen desde la masificación del correo postal hacia fines
del siglo XIX. Sin embargo, en los últimos años esta práctica aporta respuestas
a las demandas de capacitación permanente provenientes del mundo del trabajo.
Con estos pocos ejemplos se quiere argumentar que
no se puede pensar la sociedad digital con meras explicaciones tecnológicas. La
interconexión, la flexibilidad, la ubicuidad y la autoprogramación (elegir qué
publicar en las redes) no son sólo cualidades técnicas sino también
requerimientos económicos y valores socioculturales.
La instauración de una sociedad digital fue
acompañada por una creciente tendencia a la movilidad, conectividad y fluidez
de la información, el saber y los cuerpos. No sólo se mueven velozmente las
noticias y las mercancías, también se desplazan rápidamente las personas (sino
no se entendería por qué un virus surgido en una ciudad periférica de China se
expanda por todo el planeta en sólo dos meses).
La autoexplotación de si mismo
En esta cuarentena estamos agotados. La sensación
de agobio nos invade. Aunque estemos encerrados, nos parece que estamos más
activos que antes. Sentimos que trabajamos más, estudiamos más, procastinamos
más. Y resolvemos todas las actividades desde la computadora o el teléfono
celular: las reuniones de trabajo, las tareas de l@s hij@s en Google
Classrom, los grupos de Whatsapp con amig@s, los sitios de información, los
posteos boludos en Facebook, las llamadas a tu familia, el pago de impuestos
en homebanking. Parece que no paramos nunca y que todo sucede al
mismo tiempo.
Quizás se puede pensar que el agobio sea porque las
actividades se concentran en un mismo aparato: nos llegan mensajes y llamadas
laborales a toda hora. La distinción entre momentos de laburo y de ocio se
difuminó por completo. El teléfono móvil hace móvil el trabajo y la escuela.
Esto es cierto. Pero no se puede resumir el tema es una cuestión tecnológica.
Desde que comenzó la cuarentena obligatoria se
impuso el imperativo de seguir en movimiento, de hacer como si esta
situación excepcional fuera una normalidad. Las voces oficiales pregonan que
“seguimos educando” y trabajando como si no pasara nada. Y
obviamente que pasa algo. Algo excepcionalmente histórico.
Incluso nos auto-impusimos hacer más cosas durante
este confinamiento: como disponemos de tiempo, podemos ver más series, hacer
más actividad física, degustar más recetas. Y publicarlo en Instagram, obvio.
Este imperativo para auto-realizarnos a través de la hiperactividad (y
exponerlo en las redes) es lo que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han
denomina la autoexplotación de sí mismo. El autor de La Sociedad del Cansancio
sostiene que hemos pasado del “deber hacer” una cosa a “poder hacerla”: “ahora
uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”, por eso “se vive con
la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”.
En este sentido, y al referirse a la continuidad
educativa, en su artículo Dolor docente (en Página 12), Esther Díaz
cuestionaba: “en esta carrera contra la pérdida del tiempo, ¿alguien está
evaluando, con calma y mesura, los costos y beneficios?”. Y luego agrega: “les
responsables de aulas virtuales no dan abasto. Se cuatriplicó el trabajo. No hubo
semana santa. Tampoco sábado o domingo”.
La autoexplotación de sí mismo es una carrera
contra el tiempo -fluido, ubicuo, flexible-, y no se debe necesariamente al uso
de tecnologías.
Una educación virtual forzada
Seguro que a comienzos de año casi ningún docente
proyectaba migrar todas sus clases presenciales a la virtualidad. Pero una
pandemia global precipitó sus planes. Tras la instauración del confinamiento,
las escuelas y universidades intentan seguir funcionando desde la virtualidad.
Lo cual obligó a rediseñar unas estrategias institucionales y unas prácticas
pedagógicas basadas en la modalidad presencial.
Esta virtualización forzosa de la educación
significó múltiples dificultades tecnológicas pedagógicas e institucionales. Al
tiempo que puso en evidencia las diferencias de habilidades entre los distintos
grupos sociales involucrados. Mientras que algunos docentes pudieron
capitalizar experiencias previas de utilización de plataformas virtuales, otros
afrontaron la dificultad de repensar su actividad y aprender a usar nuevas
herramientas tecnológicas.
Es evidente que la presencia física y la
virtualidad son diferentes. Y el principal error es hacer como si fueran lo
mismo. Y otro error es querer replicar la normalidad escolástica en un entorno
virtual, lo que deviene en unas clases basadas en otorgar material de lectura
al estudiante y exigirle la realización de actividades. Ante el trance de
resolver la escolaridad se recae en el síndrome de la tareitis:
proliferan los trabajos prácticos y los plazos de entrega. Como si cantidad y
calidad fueran sinónimos. Encima en la lógica escolar se cumplen horarios, pero
en las clases virtuales no. Por lo que hoy docentes, estudiantes y mapadres
trabajan a toda hora en sus casas para resolver y corregir consignas. Nos
parece como si se trabajará más que antes.
Por eso en este contexto quizás lo mejor sería no
(auto)exigir normalidad. No sólo que la virtualización sucede de manera
intempestiva, sino que también se requieren habilidades digitales (que en
muchos casos son escasas), y encima el estudio se realiza en una situación de
aislamiento. Por lo que las dinámicas familiares-hogareñas y las condiciones
técnicas y de conectividad influyen en las prácticas de enseñanza y
aprendizaje.
En fin, estamos viviendo el mayor experimento de la
educación a distancia de la historia. Y antes que agobiar con actividades ad
infinitum, más bien se trata de una oportunidad de estar juntos en momentos de
desasosiego. Y recordar a Paulo Freire: la educación es diálogo con otr@s
(aunque sea a la distancia).
DESDE QUE COMENZÓ
LA CUARENTENA
OBLIGATORIA SE IMPUSO
EL IMPERATIVO DE HACER
COMO SI ESTA SITUACIÓN
EXCEPCIONAL FUERA
UNA NORMALIDAD.
LA CUARENTENA
OBLIGATORIA SE IMPUSO
EL IMPERATIVO DE HACER
COMO SI ESTA SITUACIÓN
EXCEPCIONAL FUERA
UNA NORMALIDAD.
Un futuro virtual (y corporal)
Ya nada será igual. No se volverá a la situación
prepandémica. Al menos en los próximos meses, no habrá transportes públicos
repletos, espacios de trabajo amontonados o una excesiva matricula en las
aulas. La presencia corporal se presenta como un problema. Lo que otorga
protagonismo a las relaciones mediatizadas: el trabajo remoto, la telemedicina
y la educación virtual son la respuesta para seguir funcionando.
A su vez, esta crisis coyuntural se suma a un
proceso de varias décadas en que se cuestiona a las organizaciones públicas y
privadas basadas en la agrupación de cuerpos, permanencia en un lugar,
persistencia temporal y administración analógica. Es sabido que la escuela, la
fábrica, el hospital, son instituciones en crisis desde antes de esta pandemia.
Porque la conectividad, la fluidez y la visibilidad son valores socioculturales
incompatibles con ellas.
El coronavirus significó la aceleración del futuro
digital. Hacer compras, trabajar, charlar con amig@s y familiares, estudiar,
informarse, jugar o asistir a recitales desde nuestras casas no se presenta
como posibilidad sino como imperativo. Hasta el gobierno promueve el sexting.
Con todo, la pandemia demostró, una vez más, que educar no es escolarizar y que
trabajar no es asistir a una oficina.
Seguramente esta situación potenciará una
presencialidad permanente, signada por encuentros físicos y vínculos virtuales
y basada en relaciones e instituciones híbridas que mezclen lo online y offline.
Porque muchas actividades que se realizaban corporalmente, en el nuevo
escenario postpandémico se podrán resolver de otras maneras. Hoy más que nunca
hay reuniones que pueden ser simplemente un e-mail, y trámites que se pueden
hacer en formato digital. Y está bien que así sea. Lo mismo sucede con las
instituciones educativas: será difícil justificar la necesidad de asistir a un
aula tras la experiencia de las videoclases. Seguramente esta virtualización
forzosa le permitió a l@s docentes repensar los contenidos propuestos y los
modos de enseñar.
Ahora bien, esto no significa que todo será
digital. Por supuesto que los encuentros físicos continuarán.
Cualquiera que en estos días haya hecho una videollamada con amig@s, mientras
cada un@ toma cerveza en su casa, sabe que no es lo mismo que estar junt@s en
un bar. De hecho, ese tipo de reuniones virtuales son bastante bizarras.
Entonces, si para algo sirvió este confinamiento fue para revalorizar la
presencialidad física que hoy tenemos negada. La virtualidad no reemplaza la
corporalidad, la revaloriza. Durante esta cuarentena se incrementaron nuestras
ganas de abrazarnos, de estar con otros. De modo que en este futuro digital el
encuentro personal no se presenta como necesidad institucional, sino como deseo
personal y colectivo. El deseo de encontrarnos y estar junt@s.
* ANDRÉS, Gonzalo (2020); La aceleración hacia el futuro
digital; en revista Pausa, 10 de mayo de 2020. http://www.pausa.com.ar/2020/05/la-aceleracion-hacia-el-futuro-digital/?fbclid=IwAR0jQLwP74nErJU5Gv7pXJhiuJyusJ1vHaL1W5Rc7UeMryZKprhZ1F2VgVQ
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